Sus receptores de besos rectan ya desde los míos, suben y bajan, serpentean acariciando, a veces se enfurecen y muerde con sables cargados de veneno. Ya ha inyectado en mí el queroseno que hará que el fuego avive. Percibo el camino del veneno, ya que este va palpitante surfeando mis venas y arterias.
Ahora toca tocar, ni siquiera es eso, porque aunque sus yemas se hallen sin rozar, la energía me transmite y puedo volar. Se refleja todo en suspiros de humo, el fuego estás a punto de consumirse. La piel con flecos que cubre mis ojos comienza a cerrar el telón; ya nada existe alrededor, todo ha quedado arrasado por las llamas, por eso he de cerrarlos, porque ya nada queda en lo terrenal, sino que ahora me encuentro donde nadie alcanza a mirar.
Acaba de extinguirse la última de las llamas con la sonrisa que ambos representamos sin causa. Quedan brasas, aún capaces de volver a incendiar todo un bosque entero. Calor constante que plagó el ambiente, acumulación de sudor desbordante, me inunda calmante la hoguera que al clímax me presentó.
Ya en frío en río, me río de no haber sentido lo que me hizo el fuego cuando ardía.