domingo, 15 de junio de 2014

¿Y cómo es?

Quien te atrapa, quien te engancha, quien te crea una necesidad desbordada, quien conoce tus virtudes, pero emplea contra ti tus miedos. Suele sorprender identificar a quien maltrata. La persona es persona, y por el hecho de que fuera de casa sea un encanto: ayude a las personas mayores a cruzar la calle; le arregle el enchufe al del quinto; sonría a la frutera; pague una ronda de cervezas a sus amigos...; esto no implica que siempre actúe del mismo modo. En el mundo de apariencias en el que vivimos, los trapos sucios siempre se han lavado en casa. Benditas paredes que a veces ayudan a esconder lo más bochornoso que pueda emanar el ser humano. Benditas para quien quiera guardar una imagen. Aun así, todo acaba saliendo a relucir.

Los vecinos comentan: "pero, con lo majo que era, es que no me lo esperaba"; "ay, no me lo puedo creer, siempre había sido una pareja muy feliz". Seguimos sosteniendo una venda en los ojos enorme. Los gritos en el portal suenan a riñas cotidianas; los semblantes serios o tristes pasan desapercibidos por una sociedad que no desea pararse a mirar el problema que subyace. Pasar la violencia por alto es consentir la violencia. Escuchar cómo él manda callar a su pareja mientras entablabais conversación: "¡tú te callas!"; "¡esta es mi casa y aquí mando yo!". Ella baja la cabeza y ya no interviene más, mientras tú has presenciado la humillación y por no entrometerte también te has callado. "Son cosas suyas", pensará alguien; "seguro que se lo ha dicho porque estaba enfadado y no ha sabido controlar su genio", opinarán otros. Sin embargo, cuando estas escenas nunca van aisladas, cuando el gesto es agresivo y ofensivo, no hay tolerancia o silencio que valga. Es hora de despertar, de mirar a la realidad con los ojos bien abiertos y concederle el turno a la mirada crítica.

Es sencillo, por así decir, explicar una relación de maltrato. Imaginad una gráfica. Imaginad picos muy elevados ascendentes y otros declives muy bajos. Es un círculo, una cadena que lleva de una subida a una bajada y de una bajada a una subida. Situemos la relación en un punto inicial. Todo es especial, te sientes tan querida; te dice que eres suya, sí, suya, y tú en ese momento no lo tomas como si fueses una posesión suya ni mucho menos. A pesar de todo, pronto irás siendo consciente de que el "ser suya" era algo literal. Te empezará a dejar caer lo que más le gusta y lo que menos de manera un tanto repetitiva. Te gastará bromas, que más tardes se transformarán en insultos y desprecios. Otro de los "tópicos" en el maltrato es que hagas lo que hagas, él verá que lo has hecho mal. Hoy no le has llamado, le resultará un atropello, te lo repriminará como si se tratara de un crimen; al día siguiente, le llamas sin parar y no te coge. Entonces te dirá que por qué le llamas tanto, que si es que no te fías de él, que si le controlas..Esto es un ejemplo, pero las contradicciones pueden ser incluso más estúpidas.

En definitiva, yo quiero decir un refrán que para mí tiene mucho sentido en la actitud que toma un maltratador/a: "se cree el ladrón que todos son de su condición". Al verse él tal y cómo es, se cree que su pareja va a actuar del mismo modo rastrero e hipócrita. Si él es infiel, creerá que su pareja también se lo es; si es celoso, pensará que su pareja también lo es. Esto puede llevar a la persona maltratada a creer que está loca, porque parece que haga lo que haga está mal, incluso llegará a plantearse que la culpa de todo la tiene ella por no comprender lo que la otra persona quiere. El sentimiento de culpa es otro tema que trataré más adelante.

lunes, 9 de junio de 2014

Nunca más

Hay moratones que no se dibujan en la piel, pero sí en la persona. Insultos que no rompen huesos, desprecios que no sangran, humillaciones que no se hinchan. Nos enseñan a identificar la violencia, sin embargo, casi siempre la parte de más profundidad se olvida. Aquello que no tiene marca parece que no se ve. Debajo de una sociedad que se viste de morado para repudiar la violencia de género, se esconde el: "algo habrá hecho"; "qué tonta, pero no se daba cuenta"; "no entiendo cómo no lo ha dejado antes". Queda mucho por intentar comprender, por trabajar con toda una sociedad llena de tópicos y tradición. Es gracioso cómo se ha extendido esa grandiosa frase que pretende definir al siglo XXI: "nacimos en un tiempo en que si algo se rompía, se arreglaba, no se tiraba a la basura". Esto fue la contestación que pronunció una mujer al preguntarle por su longevo matrimonio. En mi opinión, esta frase ha pretendido definir a lo que hoy en día sucede en el amor, pero más bien yo lo aplicaría a la filosofía neocapitalista con su pasión por generar objetos de obsolescencia programada, sin embargo, este es otro tema. En lo referente al amor diré que si algo no tiene posibilidad de arreglarse, mejor tirarlo, más aun si esa quiebra en la relación está causando dolor.

Tenemos una idea del amor equivocada. La idea romántica está destrozando la palabra amor. Muchas personas opinan firmemente que sufrimiento y amor han de ir de la mano, de no ser así eso ya no se consideraría "amor verdadero". Curioso término por otro lado. ¿Qué hay de verdadero en la vida más allá de que la vida es vida? ¡Qué manía! Demasiadas veces, por demostrar el sacrificio ante ese amor, se ha perdido libertad personal. Pero, ¿dónde empieza la libertad y dónde acaba la restricción del amor? Para esta pregunta habrá millones de percepciones, pero aquí la mía es que lo más sano es quererse libre, sin perder el respeto que cada pareja haya acordado de manera ecuánime.

La posición social de la mujer como madre, como salvadora y zurcidora de desastres ha causado estragos. Antes, como bien dice la mujer de la famosísima frase, las relaciones no se podían romper, no debían romperse. Tú hasta morir con la misma pareja. La palabra clave era: AGUANTAR; esto era a lo que se debía dedicar en gran parte la mujer. Mientras su marido hablaba, ella callaba, cuando él decía, ella contestaba "amén". Hemos llegado a una época, en la que a pesar de las desigualdades de género, ahora hay más conciencia por parte de la mujer para decidir qué quiere, sin tener que bailarle el agua a su marido para que todo fuera "correcto". Si las relaciones se rompen es porque algo va mal, si antes esto no era tan drástico se debe al pensamiento tradicional tan generalizado, aún muy arraigado. Los insultos se pasaban por alto, los desprecios podían ser el pan de cada día y nadie explotaba. Ahora llega el momento de estallar, de denunciar los abusos machistas, de no callarse y hablar con claridad, de darse cuenta de que la libertad personal es compatible con una relación de respeto. Para complacer no hace falta someterse, para ser feliz no hace falta sufrir, para tener pasión no hace falta rabia...

La historia continuará.